En Girona, un grupo de personas cansadas de depender del oligopolio eléctrico fundó Som Energia hace más de una década. Lo que empezó como un experimento hoy reúne a decenas de miles de socios que producen y consumen electricidad 100% renovable. No es solo luz que enciende bombillas: es un modelo que devuelve el poder a la ciudadanía.
En el País Vasco, Goiener sigue un camino similar, demostrando que se puede recuperar la soberanía energética a nivel local. Allí, cada kilovatio cuenta una historia de cooperación. Y más al sur, en Valladolid, la cooperativa Energética demuestra que la transición puede bajar a pie de barrio, con proyectos comunitarios en los que la electricidad que se genera en el tejado del vecino se consume en la misma calle.
Incluso cooperativas históricas, como la Eléctrica de Alginet en Valencia, han sabido reinventarse. De gestionar la distribución local han pasado a ser referentes en innovación, incorporando tecnologías inteligentes para mejorar la eficiencia. La transición, en su caso, se apoya en la memoria de generaciones, pero con la vista puesta en el futuro.
El campo como baluarte de sostenibilidad
La historia también se escribe en el campo. En Almería, la cooperativa Murgiverde ha logrado que casi la mitad de sus invernaderos sean ecológicos, aplicando control biológico de plagas y plantando kilómetros de setos para devolver biodiversidad al paisaje intensivo. Sus agricultores no solo producen alimentos, también regeneran el territorio.
En el Valle del Guadalhorce (Málaga), pequeños productores se han organizado en Guadalhorce Ecológico para recuperar la cercanía entre quien cultiva y quien consume. Mercados locales, productos de temporada, precios justos y un lema claro: dignidad agraria y alimentaria. Un recordatorio de que la transición ecológica también pasa por llenar la cesta de la compra con coherencia.
En Madrid, La Garbancita Ecológica apuesta por un consumo responsable y autogestionado. No se trata solo de repartir cestas ecológicas, sino de transformar la cultura alimentaria desde la escuela hasta el comedor colectivo. Aquí la transición se convierte en pedagogía y en militancia cotidiana.
Residuos que se convierten en oportunidades
La otra cara de la moneda de producir y consumir es lo que hacemos con los restos. En Andalucía, Reciclatex ha demostrado que la gestión de residuos textiles puede ser mucho más que una solución técnica. Su modelo protege el medio ambiente y, al mismo tiempo, da empleo digno a personas con discapacidad.
Koopera, con presencia en varias comunidades, multiplica este impacto con sus tiendas de segunda mano y plantas de clasificación. Cada prenda recuperada evita residuos, pero también abre una puerta laboral a colectivos vulnerables.
La economía circular toma aún más fuerza cuando se convierte en una red: el clúster Ecosol conecta a cooperativas de gestión de residuos, innovación en reciclaje y entidades ambientales. El objetivo no es competir, sino sumar esfuerzos para que el impacto sea mayor.
Las cooperativas que apuestan por la transición ecológica no son solo ejemplos inspiradores: son pruebas vivas de que el cambio sistémico es posible. Desde la luz que llega a nuestras casas hasta los alimentos que ponemos en la mesa o los residuos que se transforman en nuevos recursos, las cooperativas demuestran que otro camino es posible. Y que recorrerlo juntos no solo es más justo: también es más eficaz.