Más que un recurso asistencial, las cooperativas de salud en zonas rurales se convierten en una verdadera ancla demográfica: si hay médico, la gente se queda. Si no, se marcha. Esa es la ecuación sencilla y brutal que muchos territorios llevan años sufriendo.
Cuando la comunidad se organiza
El cooperativismo sanitario en España hunde sus raíces en la tradición de las mutuas y sociedades de ayuda mutua. Su diferencia esencial frente a otros modelos es que los propios usuarios y profesionales son también los dueños. En lugar de distribuir dividendos, las cooperativas reinvierten excedentes en mejorar servicios, tecnología y condiciones laborales.
Ejemplos como la Fundación Espriu —que agrupa a entidades como Asisa o SCIAS— muestran la fuerza de esta fórmula a gran escala, atendiendo a millones de personas. Pero donde más nítida se percibe su utilidad es en lo pequeño: en comarcas de difícil cobertura, en proyectos de proximidad que garantizan pediatría, atención primaria o incluso servicios especializados a quienes de otro modo quedarían fuera.
Un caso inspirador es Pediatria dels Pirineus, en el Alt Urgell. Allí, la creación de una cooperativa permitió retener pediatras y asegurar atención continuada en una zona que había visto marcharse a sus profesionales. Gracias a esta fórmula, familias que antes tenían que desplazarse hasta Barcelona para una consulta infantil hoy cuentan con un servicio estable y cercano.
Innovar para llegar más lejos
Las cooperativas de salud en zonas rurales no se han limitado a replicar modelos urbanos en territorios con menos habitantes. Su fuerza está en la innovación adaptada al contexto.
En Teruel, proyectos de telemedicina y rehabilitación virtual permiten a personas mayores ejercitarse y recibir seguimiento sin salir de su casa, combatiendo el sedentarismo y la soledad. También las unidades móviles de atención sanitaria, impulsadas en colaboración con cooperativas y entidades sociales, se han convertido en una herramienta para acercar diagnósticos y revisiones a pueblos pequeños donde no hay centro médico permanente.
La otra gran red que asegura salud en cada rincón del país es la de las cooperativas farmacéuticas. Bidafarma o Cofares, propiedad de los propios farmacéuticos, garantizan que hasta la farmacia más aislada reciba medicinas a diario. En muchos pueblos de la España vaciada, la farmacia es el único servicio sanitario estable, y sin la logística cooperativa habría tenido que cerrar.
Salud como proyecto de futuro
El cooperativismo sanitario demuestra que la salud no es solo un servicio: es también la condición para que un territorio siga vivo. Allí donde se asegura la atención médica, se frena la despoblación y se genera empleo local.
Las cooperativas de salud en zonas rurales no compiten con el sistema público, lo complementan. Actúan como esa tercera vía que aporta flexibilidad, cercanía y sostenibilidad. Y lo hacen en coherencia con un principio básico: la salud es un derecho, no un negocio.
En tiempos de brecha demográfica y envejecimiento, apostar por este modelo significa reconocer que el bienestar no puede depender del código postal. Que incluso en los pueblos más pequeños debe haber médicos, cuidados y medicinas. Que la España vaciada tiene futuro si la salud se convierte en un proyecto compartido.